Yodo, la sal de la vida
La única fuente de este mineral se encuentra en el
agua del mar y en las algas. Es la gasolina del cuerpo para producir hormonas
tiroideas.
Su escaso consumo es la primera causa de daño
cerebral. Dos tercios del mundo han erradicado el riesgo por ley: toda la sal a
la venta debe ser yodada. En España ni se obliga ni se controla, y encima más
de la mitad es fraudulenta.
Comprar sal de mesa dejó de ser hace tiempo una
disyuntiva asequible: gorda o fina. En la última década, la industria
alimentaria ha abarrotado las baldas dedicadas al cloruro de sodio en cualquier
supermercado de barrio con una oferta apabullante. En la actualidad, la gama de
posibilidades puede superar tranquilamente las quince. Que si ‘gourmet’,
ahumada, a las finas hierbas, rosa del Himalaya, negra de Hawai, Maldon o
aromatizada con curry; en grano, en escamas, en flor y hasta con fisonomía de
chuzo. Por encima de las exigencias de cada paladar, y más aún de las
estrategias crematísticas del sector, en dos tercios del mundo solo está
permitida la venta de sal yodada. Al margen de cuál sea su color, sabor o
apariencia. En Sudamérica, Canadá, África, los países de la extinta Unión
Soviética y en prácticamente todo Asia, los gobiernos respectivos han ido
imponiendo esa medida por decreto. La razón se repite en todos los casos:
erradicar los severos riesgos que conlleva para la salud humana el escaso
consumo de yodo y, en el caso de las naciones menos desarrolladas, reducir el
porcentaje de personas con déficit intelectual en la población. No en vano, una
baja nutrición de ese mineral es la primera causa de lesión cerebral en el
mundo, reconocida por la propia Organización Mundial de la Salud (OMS).
Europa, adalid de las libertades individuales, ha
seguido otra estela. Apenas uno de cada cuatro países del Viejo Continente ha
legislado sobre el consumo de yodo. Entre ellos, Austria, Suecia o Suiza, esta
última desde 1922, cuando implementó la normativa sobre la yodación de la sal
más antigua. Como resultado de esa imposición, sus respectivos ciudadanos
presentan una adecuada nutrición en ese elemento, esencial para la vida y que
se extrae únicamente del agua del mar y las algas. En el resto de naciones
donde no se ha establecido la obligatoriedad de comercializar únicamente sal
enriquecida con yoduro de potasio, no pueden decir lo mismo. Como en España.
Aquí, el consumo de este mineral que realiza el colectivo más vulnerable, el de
las mujeres embarazadas, es «insuficiente» para asegurar el correcto desarrollo
cerebral e intelectual de los bebés. Así lo revela el último muestreo efectuado
en este país por la Iodine Global Network (IGN), una asociación internacional
sin ánimo de lucro volcada desde 1983 en eliminar los peligrosos efectos
derivados de la baja ingesta de yodo en el mundo, que abarcan desde abortos o
enanismo hasta déficit intelectual o sordomudez en niños y adolescentes y bocio
e hipotiroidismo en adultos. Su objetivo desde hace más de tres décadas es
acabar con esos trastornos mediante una solución «fácil y barata»: la yodación
universal de la sal de consumo doméstico. Tanto la OMS como Unicef respaldan la
receta.
España se avino a aprobar una reglamentación para
enriquecer con 60 miligramos de yodo cada kilo de sal de mesa en 1983, nada
menos que setenta años después de que ese remedio se empezara a aplicar con
éxito en Suiza y Estados Unidos como método preventivo. Sin embargo, ningún
gobierno desde entonces se ha molestado en comprobar si ese proceso se lleva a
cabo de manera adecuada. Ahora, un estudio que está a punto de ver la luz y que
ha dirigido Juan José Arrizabalaga, médico especialista del Servicio de
Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario de Álava, constata que
«más de la mitad de la sal yodada de consumo que se comercializa en España
tiene poco yodo o se pasa». Lo revela a este periódico su homólogo en el
hospital del área metropolitana de Barcelona Moisès Broggi, Lluis Vila,
miembro, además, de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) y
representante nacional de la ONG que ha destapado el escaso nivel de yodo en
las gestantes españolas, a través de análisis de orina.
El fraude en la sal yodada no es, sin embargo, una
novedad. Al contrario. Llueve sobre mojado. En 2014, la Secretaría General de
Consumo de la Consejería de Administración Local y Relaciones Institucionales
de la Junta de Andalucía corroboró una monumental estafa en la venta de ese
producto. A consecuencia de la denuncia de una empresa, se analizaron veintidós
muestras de otras tantas marcas y resultó que diecinueve de ellas incumplían la
normativa obligatoria de contenido en yodo. Es más, una de ellas no tenía ni un
solo miligramo de ese mineral. El asunto se trasladó al Ministerio de Sanidad,
que lo despachó con un par de multas a dos firmas por defectos de etiquetado.
13 años sin campañas de salud
Desde la SEEN consideran «preocupante» esta
situación y exigen a la máxima responsable política, la ministra Fátima Báñez,
que ponga en marcha un «sistema de control que verifique que el proceso de
yodación que se aplica a la sal antes de salir al mercado se efectúa de forma
correcta y legal». No solo eso. La agrupación científica se posiciona
claramente a favor de que se obligue por ley a comercializar sal previamente
yodada. «Mientras eso no ocurra, el Gobierno debe organizar campañas periódicas
de concienciación para que la gente consuma esa sal. Es un asunto de salud
pública», recalca Villa. La última iniciativa de esta naturaleza que impulsó el
Ministerio de Sanidad fue en 2004. Entonces, editó unos folletos que distribuyó
en centros de salud y hospitales en los que admitía que «muchas gestantes no
tienen los niveles de yodo necesarios para que el bebé se desarrolle con
normalidad. Es fundamental que la mujer tenga buenas reservas antes de quedarse
encinta y durante los tres primeros meses de embarazo,
que es cuando se forma el cerebro y el sistema nervioso del niño. Eso se puede
conseguir con suplementación farmacológica», prescribía.
Sin más recomendaciones a este respecto durante los
últimos trece años, el endocrinólogo catalán no tiene dudas en atribuir el
déficit de yodo detectado ahora en las gestantes españolas a una «clara falta
de información que debe subsanarse». Que esta misma insuficiencia no afecte,
como demuestran las estadísticas, a los niños españoles –otro colectivo
vulnerable–, atiende al elevado contenido de yodo de la leche de vaca, asegura
José Arena Ansótegui, pediatra del Hospital Donostia recientemente jubilado y uno
de los médicos españoles que más han trabajado en la cruzada por la yodación.
«A nuestros críos les salva que hace ya muchas décadas los ganaderos empezaron
a enriquecer los piensos con yodo, al percatarse de que las vacas que ingerían
este mineral tenían terneros más sanos y lucidos y, las que no, sufrían más
abortos y parían crías débiles».
PAÍSES MÁS INTELIGENTES
El mineral que nutre el coeficiente intelectual
Un reciente estudio de la Agencia Nacional de Investigación de Estados Unidos ha comprobado que la introducción de sal yodada en el país, en 1924, ha tenido un gran efecto sobre el incremento del coeficiente intelectual (CI) de sus ciudadanos, que cifra en 3,5 puntos desde entonces. No son los únicos. En Paquistán, el programa gubernamental para extender el consumo del micronutriente en su población ha aumentado su cociente en diez puntos. Similares crecimientos ligados al mineral del mar han experimentado otros muchos países, como Kazajistán, Camboya o China. El endocrinólogo catalán Lluis Vila corrobora la estrecha relación existente entre el oligoelemento y la capacidad intelectual, pero con matizaciones. «Esto no quiere decir que cuanto más yodo consuman las gestantes, más inteligentes van a ser sus hijos. El feto tiene un potencial genético de CI. Que lo mantenga o lo pierda sí depende, en efecto, del yodo que su madre tome durante el embarazo, y del que se suministre al propio niño en sus primeros años de vida».
Tiroxina. Es una hormona que fabrica la tiroides –una glándula con forma de mariposa alojada en el cuello, sobre la tráquea– y que interviene en el proceso de desarrollo y crecimiento, la maduración del sistema nervioso y la actividad metabólica del organismo. Su producción depende de nuestro consumo de yodo, un mineral que se extrae del agua del mar y las algas. Las reservas de este elemento, esencial para la vida, se pueden cubrir con suplementación farmacológica, bajo prescripción médica.
Accidente nuclear. Ante esta eventualidad, los médicos recomiendan el consumo inmediato de una pastilla de yoduro de potasio para llenar las reservas de la tiroides y evitar así que asimile el yodo radioactivo de la atmósfera, causa de miles de cánceres de tiroides tras Chernóbil y Fukushima.
60%.Es el porcentaje de familias españolas que dice consumir sal de mesa yodada. La OMS aboga por la yodación universal de la sal, lo que significa que, al menos, el 90% de los hogares deben consumir sal enriquecida con yodo.
Fuente: OCHOADE OLANO, I.. Yodo, la sal de la vida [en línea] Diario Sur España. 6 de junio, 2017. <http://www.diariosur.es/sociedad/201705/26/yodo-vida-20170526191510.html>
[Consulta: 29 junio 2017]
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