En su más reciente libro, Blas Castellón toma a la sal como una joya mesoamericana
Para los antiguos pobladores de Mesoamérica,
la sal era mucho más que un complemento alimenticio, pues representaba un
símbolo de poder político e intercambio económico. El arqueólogo Blas Castellón
Huerta se dedicó 10 años a investigar los procesos de producción y la cultura
en torno de esta sustancia. El resultado es el libro Cuando
la sal era una joya. Antropología, arqueología y tecnología de la sal durante
el Posclásico en Zapotitlán Salinas, Puebla.
El volumen, editado por el Instituto Nacional
de Antropología e Historia (INAH), surgió a partir de su proyecto doctoral en
el sitio arqueológico de Cuthá, al sur de Puebla. “Desde que inicié el trabajo
en el yacimiento en lo alto del Cerro de la Máscara, llamaba mi atención cómo
los pobladores de Zapotitlán Salinas movían el agua para que la sal cuajara en
los grandes patios, así, poco a poco me fui involucrando en su producción”.
El investigador de la Dirección de Estudios
Arqueológicos del INAH refirió que era evidente la relación entre el sitio
arqueológico y las salinas al menos desde el periodo Posclásico (periodo que va
del año 900 al 1521 de esta era). “En Zapotitlán no había mucha producción
agrícola, ya que es un sitio desértico, por lo que sus pobladores se servían de
la sal para obtener productos naturales y manufacturados a través del
intercambio”.
La base de producción de este condimento es el
agua salada que sale de la tierra a través de los manantiales, comunes en toda
la zona de Tehuacán. Las fuentes históricas señalan que en el siglo XVI los
parajes salinos fueron objeto de conflicto entre Zapotitlán y el señorío de
Tepexi, que buscaba apoderarse de ellos, eran una especie de “mina de oro” que
alimentaba las redes de intercambio y fueron esenciales para la expansión de
los estados políticos dominantes en el periodo Posclásico. “La sal se convirtió
en un bien de prestigio que se entregaba como tributo, como regalo en alianzas
matrimoniales y como elemento de tipo medicinal y ritual, no necesariamente
para consumo”, dijo Blas Castellón.
En Mesoamérica los antiguos pobladores de
Zapotitlán de las Salinas utilizaban una gran cantidad de moldes de cerámica
para producir bloques de sal, dato que se corroboró con la gran cantidad de
tiestos localizados en el lugar.
Además de los moldes, el arqueólogo descubrió
al interior de las barrancas numerosas cajas estucadas rectangulares con
canales internos que permitían el movimiento de líquido hasta llegar a cierta
concentración y posteriormente se pasaba a las vasijas o moldes, que eran
sometidas a fuego controlado para provocar la evaporación del agua y lograr la
producción de los piloncillos o “panes de sal”.
Castellón Huerta añadió que a partir de la
gran cantidad de restos arqueológicos localizados se deduce que el auge de la
producción de sal fue a partir del siglo XIII y posiblemente desde la época del
poderío de Tula. Posteriormente, con los señoríos de la Cuenca de México hasta
la llegada de los mexicas, quienes controlaron la región y exigieron tributo.
Con la conquista española –prosiguió el
investigador– se dio un cambio tecnológico: los europeos necesitaban la sal en
grandes cantidades para el ganado y la separación o beneficio de la plata en
las minas de Taxco y Pachuca, para lo cual se adaptó el método de patios de
evaporación solar donde la producción era a granel”.
Blas Castellón sostuvo que en la antigüedad,
el origen de la sal estuvo relacionado con el pecado, se dice que una deidad
del agua llamada Uixtocíhuatl cometió una transgresión agraviando a sus
hermanos los tlaloques (ayudantes de Tláloc, dios de la lluvia), por lo que fue
confinada a las aguas saladas.
Se creía que la sal, al igual que las piedras,
los metales y las arcillas, eran excrecencias de los dioses, que al principio
de los tiempos quedaron incrustadas en la tierra y en el agua, de donde los
humanos tenían que extraerlas.
En la época prehispánica, dijo, y aún hoy en
día, se acostumbra colocar un trozo de sal en la boca de los niños para que
adquieran la calidad humana y no se les confunda con seres del monte o
tlaloques quienes no soportan la sal. Otro ritual consiste en lanzar este
elemento a los cuatro rumbos cardinales para conjurar algunos seres malignos
que pudieran dañar a la gente cuando empieza el cultivo de las milpas.
Este último rito sigue vigente entre los
salineros, quienes afirman que deben ofrendar sal, comida e incienso a seres
como La llorona (dueña de las salinas) para que no les haga daño, ya que son
sitios peligrosos, relacionados con el pecado y la muerte. También era
utilizada como elemento medicinal e incluso en la actualidad se usa para
combatir la tos, y combinada con el chile sirve para aliviar el dolor de
muelas.
Fuente: CARRIZOSA, P.. En su más reciente libro, Blas Castellón toma a la sal como una joya mesoamericana [en línea] La Jornada de Oriente. Cultura. 16 de junio, 2017. <http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2017/06/16/mas-reciente-libro-blas-castellon-toma-la-sal-una-joya-mesoamericana/> [Consulta: 18 de julio, 2017)
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